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Sabía que algún día escribiría esto, pero eso no hace que duela menos.
Ahora sólo quedan los recuerdos y algunas fotos
de tus manos,
tu voz,
tu cara de felicidad al ir a visitarte,
de tus ojos azules, casi transparentes.

De dormir contigo cuando las pesadillas me despertaban por las noches
y bajaba corriendo las escaleras para que me hicieras un hueco en tu cama.
De verte fabricar jabón de lagarto en el patio,
cocinar paella los domingos y rezar el rosario a esa hora en la que la luz que entraba por la ventana te hacía rejuvenecer y envejecer por igual.
De acompañarte a la iglesia los domingos mientras ojeaba el misal que llevaba tantos años en la familia
y creía que todo el amor que nos dabas a todo era el más puro que conocía (ahora sé que era así).
De dar de comer juntas a las palomas en San Andrés cuando la plaza era diferente a como es ahora.
De cuando me ibas a recoger al colegio y comíamos juntas, haciéndome bromas o rabiar para que me acabara toda la comida del plato.
Y de las partidas interminables de cartas por las tardes en las que el tiempo dejaba de existir.

De darte la mano sentadas cada una en un sofá y hablar de la vida,
sabiendo que rezabas por mí y porque todo me fuera bien:
porque aprobase los exámenes y encontrara un buen trabajo.
Porque fuera feliz.

Sé que nunca te irás ni desaparecerás del todo
porque alguien con la mirada tan pura como la tuya vive para siempre.
Aún tengo mucho que aprender de tí y nunca dejaré de recordarte.


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